El movimiento obrero anarquista en el Perú (1890-1930)
Joël Delhom
Université de Bretagne-Sud
CRELLIC-LIRA
Ponencia presentada en el Congreso anual de la Society for Latin American Studies, University of Birmingham, 6-8 avril 2001, sesiónLabour History and the History of Labour in Latin America
El auge económico, sin embargo, produjo un nuevo tipo de trabajador urbano-industrial o rural-industrial, sociológicamente diferente del artesano o del campesino tradicionales y sometido a nuevas formas de relaciones laborales. Guiado por la experiencia de sus primeros conflictos y por una prensa liberal radical que propugnaba la constitución de Sociedades de Resistencia, ese proletariado adoptó paulatinamente nuevas formas de lucha y organización, alejadas del clásico mutualismo. Este entró en una etapa de decadencia a partir de 1910, mientras las primeras organizaciones anarquistas orientaban los conflictos laborales del proletariado, oponiéndose a la estrategia de la Confederación de Artesanos “Unión Universal” (CAUU). Hegemónico hasta 1920, el anarco-sindicalismo empezó entonces a ser cuestionado por los marxistas, quienes conquistaron la dirección del movimiento obrero a partir de 1926.
Nacimiento del sindicalismo anarquista
Es probable que la inmigración de algunos militantes obreros ayudara a la organización del proletariado peruano; se ha mencionado por ejemplo a dos españoles, a un argentino y a un chileno. Más tarde, en 1912, año en que se organizó una huelga general, llegaron también dos italianos así como un argentino, los tres delegados de la Federación Obrera Regional Argentina. Pero el impulso organizador no vino del extranjero. Desde finales del siglo XIX, existían vínculos entre algunos dirigentes obreros y la masonería o, de forma más amplia, los grupos de propaganda liberal, los cuales se comprometieron a elevar la condición intelectual, moral y económica de los trabajadores. Es un aspecto que merece investigaciones complementarias, aunque son ya bastante significativas las relaciones entre el dentista, miembro de la Gran Logia Masónica del Perú, Christian Dam y el panadero Manuel Caracciolo Lévano, uno de los más destacados militantes anarco-sindicalistas; entre el periodista director de La Idea Libre, Glicerio Tassara, y el grupo que editó La Protesta; entre el músico José B. Ugarte y el Centro de Estudios Sociales 1° de Mayo. Las Ligas de Libre Pensadores, constituidas por C. Dam, se dedicaban a la educación y la asistencia de los trabajadores; por otra parte, Dam y Ugarte habían sido miembros fundadores del partido radical Unión Nacional, creado por el escritor Manuel González Prada en 1891 y cuyo programa ostentaba un claro compromiso social. Destacada labor de concientización y educación de clase tuvieron entonces algunas publicaciones liberales de crítica sociopolítica: La Luz Eléctrica (1886-1897), Integridad (1889-1891),Germinal (1889; 1901-1906), El Libre Pensamiento (1896-1904), La Idea Libre (1900-1920), antes de que aparecieran órganos de definida orientación anarquista: Los Parias (1904-1910), La Simiente Roja (¿1905-1907?), El Hambriento (¿1905-1910?), Humanidad (1906-1907), El Oprimido (¿1907-1909?) y La Protesta (1911-1926).
El primer caso de acción reivindicativa que utiliza la huelga como medio de presión lo constituye el paro de los tipógrafos por mejoras salariales en diciembre de 1883. Pero fue probablemente la huelga de los panaderos de Lima, en enero de 1887, la que tuvo mayores repercusiones al conducir a la creación, en abril del mismo año, de la Sociedad Obrera de Panaderos "Estrella del Perú", una organización que desempeñó un papel precursor en la formación de la conciencia de clase del proletariado. En 1896 ocurrió el primer gran conflicto industrial: la huelga los tejedores de Vitarte (agosto), seguida por los movimientos de los cigarreros (septiembre), los tipógrafos (septiembre) y los pasteleros de la capital. Los obreros de esas industrias ya empezaban a ser influenciados por algunos líderes anarquistas. Los tabaqueros, por ejemplo, no dudaron en destruir la nueva maquinaria que causaba desocupación. Ese tipo de acciones luddistas eran excepcionales y normalmente los trabajadores solían recurrir a la mediación de políticos (diputados, ministros e incluso presidente de la República) lo que no impedía una severa represión. El nuevo siglo se abrió en Lima con la huelga de cocheros en enero de 1900 y, sobre todo, la exitosa huelga de panaderos en abril-mayo de 1901. Aunque también recurrieron a comisiones de arbitraje, los últimos organizaron de forma ejemplar la solidaridad del gremio y trataron de impedir el funcionamiento de las empresas de panificación. 1904, año de fuerte alza de los precios de las subsistencias, fue determinante para la maduración ideológica: la Sociedad Obrera de Panaderos, dirigida por Manuel C. Lévano, se desadhirió de la CAUU y pasó a llamarse Federación de Obreros Panaderos "Estrella del Perú", dando el primer paso hacia un sindicalismo moderno que representara los intereses del proletariado. La separación se debía al rechazo de las prácticas colaboracionistas de la Confederación de Artesanos. Los panaderos adoptaron como objetivo la jornada de ocho horas y celebraron en 1905, por primera vez en el país, la fiesta del Primero de Mayo. En marzo de 1904 también empezó a ser publicado en Lima el mensual Los Parias, que fue la primera publicación ácrata importante del país. Principalmente animada por M. González Prada, era favorable al sindicalismo y aspiraba al “comunismo proletario”. En mayo, la huelga de los jornaleros del Callao, primera en costarle la vida a un trabajador, constituyó además una importante experiencia de lucha y de solidaridad de clase, aunque fue resuelta gracias a la intervención del presidente Andrés A. Cáceres.
Aporte conceptual de González Prada
Todos los historiadores mencionan el papel determinante de Manuel González Prada en la formación ideológica de los trabajadores del Perú, pero hasta ahora no ha sido analizado detenidamente el tenor de su contribución. Desde fines de los años 1880, González Prada se había ganado una fama de inconforme opuesto a las oligarquías, al caudillismo y al clero. Cuando regresó de Europa, en 1898, su popularidad fue creciendo a causa del tono muy radical de sus críticas a los poderes establecidos. En su discurso de agosto de 1898 en el local de la Unión Nacional, el ensayista había designado al obrero y al campesino como la parte sana del país. La semana siguiente, su amigo C. Dam le invitó a dar otra conferencia en la Liga de Librepensadores que fue impedida por el gobierno. Ideológicamente, los dos hombres evolucionaron de forma parecida, pasando del liberalismo radical al anarquismo, del cual fueron unos de los primeros propagandistas en Lima. La Liga desempeñaba un papel de educación popular y concientización política mediante reuniones públicas en las que participaban intelectuales y trabajadores. G. Prada escribió algunos artículos para el semanario El Libre Pensamiento, el órgano de la Liga, pero a partir de 1902, el escritor estrechó sus relaciones con los círculos obreros y parece que estuvo en contacto epistolar con varios líderes provincianos.
De octubre de 1904 a julio de 1909, ejerció una influencia directa en el incipiente movimiento anarquista, escribiendo asiduamente, bajo seudónimos o de forma anónima, en el mensual Los Parias. Es muy significativo que, el 1° de mayo de 1905, la Federación de Obreros Panaderos le invitara a pronunciar una conferencia que fue de suma importancia en la historia social del país. Se trata del discurso “El intelectual y el obrero”, en el cual afirmaba el autor la necesidad de la unión solidaria de todos los trabajadores sin distinción de clase social en la perspectiva de la futura revolución. También definía el papel que le corresponde al intelectual en su relación con las masas:
Cuando preconizamos la unión o alianza de la inteligencia con el trabajo no pretendemos que a título de una jerarquía ilusoria, el intelectual se erija en tutor o lazarillo del obrero. A la idea que el cerebro ejerce función más noble que el músculo, debemos el régimen de las castas [...].
Esa idea, que selló la solidaridad entre los jóvenes universitarios de la clase media y los proletarios, fue más tarde adoptada por Víctor Raúl Haya de la Torre en su Frente de trabajadores manuales e intelectuales. La propuesta de frente revolucionario multiclasista tomaba en cuenta la especificidad de un país como Perú, donde el proletariado urbano era escaso y el rural se encontraba totalmente marginado de la sociedad, mientras una creciente clase media aspiraba a consistentes transformaciones sociales. Esa primera celebración de la solidaridad internacional de los trabajadores constituyó un hito en la evolución del obrerismo peruano hacia el sindicalismo. Se fijó como meta común la obtención de la jornada de ocho horas “dando inicio así a un mayor y nuevo impulso tanto en el movimiento obrero capitalino como en ciertos sectores mineros y costeños agrícolas” (Yepes del Castillo).
El año siguiente, informado de lo que sucedía en Francia, G. Prada defendió en un artículo de Los Parias la campaña por la jornada de ocho horas, objetivo que ya había sido incluido en los estatutos de la Federación de Obreros Panaderos desde 1904. En esta ocasión, los panaderos habían convocado un paro general que fue parcialmente logrado. Es interesante subrayar la argumentación de G. Prada:
Según la iniciativa que parece emanada de los socialistas franceses, todas las manifestaciones que hagan hoy los obreros deben converger a crear una irresistible agitación para conseguir la jornada de ocho horas. Cierto, para la emancipación integral soñada por la anarquía, eso no vale mucho; pero en relación al estado económico de las naciones y al desarrollo mental de los obreros, significa muchísimo: es un gran salto hacia adelante en un terreno donde no se puede caminar ni a rastras. Si la revolución social ha de verificarse lentamente o palmo a palmo, la conquista de las ocho horas debe mirarse como un gran paso; si ha de realizarse violentamente y en bloque, la disminución del tiempo dedicado a las faenas materiales es una medida preparatoria: algunas de las horas que el proletariado dedica hoy al manejo de sus brazos podría consagrarlas a cultivar su inteligencia, haciéndose hombre consciente, conocedor de sus derechos y, por consiguiente revolucionario. Si el obrero cuenta con muchos enemigos, el mayor está en su ignorancia.
El autor asigna a la auto-educación un valor revolucionario, lo que convierte todas las medidas que pueden favorecerla en un objetivo válido de lucha, a condición de que no se pierda de vista la meta final. Desde esta perspectiva, más amplia que la puramente económica, romper la alienación individual es una condición sine qua non de la emancipación colectiva. Al revés de muchos anarco-sindicalistas predomina en G. Prada una concepción algo individualista que no hace del sindicato la prefiguración de la sociedad futura. Con todo, su pensamiento se mantiene cerca de la línea del anarquismo sindicalista preconizado por P. Kropotkine y F. Pelloutier, para los cuales las reformas parciales son ante todo la ocasión de fomentar la huelga general revolucionaria. De forma pragmática, el sindicato constituye una escuela de anarquismo, al proporcionar a los individuos una experiencia de lucha solidaria y anti-autoritaria. Por otra parte, la postura del escritor no puede ser sindicalista revolucionaria porque no acata la neutralidad ideológica del sindicato exigida por la Carta de Amiens de 1906. El artículo que escribió en ocasión del 1° de mayo de 1907, celebrado simultáneamente en El Callao y en Lima, muestra su recelo en cuanto a la lucha por reformas inmediatas, juzgadas bastantes ilusorias ya que no afectan los fundamentos de la explotación. Ese texto, escrito varios meses antes del congreso anarquista internacional de Amsterdam (agosto de 1907), anticipa las críticas dirigidas por Errico Malatesta al sindicalismo revolucionario defendido por Pierre Monatte. Como el anarquista italiano, G. Prada confía más en la solidaridad moral generada por un ideal común que en la solidaridad económica; no toma el sindicalismo sólo como un fin en sí mismo, sino como uno de los medios de acción para llegar a la revolución ácrata, la cual sobrepasa ampliamente los intereses de una sola clase y se propone la liberación integral de la humanidad oprimida económica, política y moralmente. El hecho de que G. Prada no haya contribuido a La Protesta podría ser interpretado como un desacuerdo con la orientación anarco-sindicalista del periódico.
En junio de 1906, publicó un artículo de aclaración ideológica en el cual explicaba las diferencias entre el socialismo, que califica de reformista y autoritario, y el anarquismo, a menudo confundidos por los actores del movimiento social peruano. Advertía entonces: Entre socialistas y libertarios pueden ocurrir marchas convergentes o acciones en común para un objeto inmediato, como sucede hoy con la jornada de ocho horas; pero nunca una alianza perdurable ni una fusión de principios [...].
Frente a interpretaciones conservadoras de “glorificación del trabajo”, insistía, pues, en el significado verdadero del Primero de mayo, como celebración universal del sacrificio de los Mártires de Chicago. En 1909, lo definía como un día privilegiado para demostrar la solidaridad proletaria en la lucha sangrienta por la revolución emancipadora. Rechazaba sin ninguna ambigüedad toda solución reformista y conciliadora, tal como la práctica muy frecuente del arbitraje político en los conflictos laborales: [...] no incurriremos en la ingenuidad o simpleza de imaginarnos que la Humanidad ha de redimirse por un acuerdo amigable entre los ricos y los pobres, entre el patrón y el obrero, entre la soga del verdugo y el cuello del ahorcado. Toda iniquidad se funda en la fuerza, y todo derecho ha sido reivindicado con el palo, el hierro o el plomo. Lo demás es teoría, simple teoría.
En noviembre de 1906, mientras habían cesado el trabajo los jornaleros del Callao, el escritor abogó por la huelga general armada. Meses más tarde, en mayo de 1908, después de la masacre en Iquique de 600 huelguistas por el ejército chileno (diciembre de 1907), preconizó también el sabotaje. No sólo los considera los únicos medios eficaces de lucha contra los capitalistas, sino que también piensa como Kropotkine que toda lucha armada constituye una forma de preparación del pueblo para la revolución final. G. Prada actúa también como censor y aguijón cuando lamenta el conservadurismo y la falta de solidaridad de los sindicatos peruanos, aún subyugados por la acción política, que según él divide las masas y debilita su acción.
En dos artículos publicados en enero y febrero de 1906 en Los Parias, G. Prada denunció la estrategia retrógrada y corruptora de la CAUU, calificada de “tenaza del político para coger al obrero” y celebró “la evolución regeneradora” emprendida por los panaderos bajo la dirección de M. C. Lévano. Sin desconocer la existencia de un sector intermedio, consideraba que las sociedades se dividen esencialmente en dos clases enemigas “la de los poseedores y la de los desposeídos” o, dicho con otras palabras, “los explotadores” y “los explotados”. En esa última, a la que atribuye una misión histórica de regeneración, distinguía entre “siervos” y “proletarios”, o sea entre campesinos, en situación neofeudal, y obreros. A los artesanos limeños, trabajadores propietarios de sus medios de producción y a menudo patronos de otros obreros, los identificaba como aliados objetivos de los explotadores. Pero lo que deseaba G. Prada era que se produjera una toma de conciencia de esa clase intermedia para que se uniera a los demás trabajadores y regenerase el Perú:
Desde finales de los 1890, G. Prada denunciaba el carácter inicuo del capitalismo que explota al trabajador y lo mantiene en la miseria: “Merced a las sociedades anónimas, todo ha sido monopolizado y es disfrutado por un diminuto círculo de traficantes egoístas y absorbentes.”. Ha enfatizado la desigualdad fundamental que caracteriza la relación de producción moderna y la vuelve moralmente inaceptable, según él:
Donde hay cambio de dinero por fuerza muscular, donde uno paga el salario y el otro le recibe en remuneración de trabajo forzoso, ahí existe un amo y un siervo, un explotador y un explotado. Toda industria legal se reduce a un robo legalmente organizado.
Mostrando la continuidad histórica de la explotación (esclavitud, vassallaje, proletarización) afirmaba que el productivismo capitalista transforma al trabajador en proletario, o sea en máquina de carne y huesos, la forma más acabada de la alienación. Distinguía así entre dos concepciones de la actividad productiva humana: por una parte, el digno trabajo libre “para transformar el Globo en una morada cómoda y salubre, concediéndose las horas necesarias al solaz, a la instrucción y al sueño” y, por otra, la vil explotación que consiste en “bregar y esquilmarse para que otros reporten los beneficios [...] no conociendo más placeres que el trago de aguardiente y la procreación”. Subrayaba la duplicidad del discurso ideológico dominante que tiende a enmascarar la realidad gracias a la alianza cómplice de intelectuales y capitalistas: “[...] en las sociedades modernas el letrado y el capitalista explotan al ignorante y al obrero, hipócritamente, predicando la evangélica máxima del amor al prójimo, hablando de libertad, igualdad y fraternidad.”. De ahí la importancia de su discurso “El intelectual y el obrero” que busca invertir la alianza de las clases medias instruidas con la oligarquía, en beneficio de los sectores populares.
En 1905 señalaba también la expoliación realizada por el imperialismo económico norteamericano al amparo del modelo agro-exportador promovido por la oligarquía nacional. Se anticipaba al discurso antiimperialista que prevaleció a partir de los años 1920. Por otra parte, opuso las políticas restrictivas de los países industrializados en materia de inmigración laboral a sus agresiones coloniales en nombre del liberalismo económico, subrayando el carácter mundial del proceso de proletarización.:
Para introducir sus telas, su opio, su alcohol y su Biblia, las grandes potencias abren a cañonazos Asia y África; pero quieren cerrar sus puertas no sólo al amarillo y al negro, sino también al blanco sin bolsa repleta de oro.
De allí su prédica internacionalista, consecuencia lógica de la solidaridad de clase:
Las muchedumbres no acaban de ver que el negocio no tiene patria; que, a pesar de Alsacia y Lorena, el francés rico es hermano del capitalista alemán, lo mismo que, a despecho de Tacna y Arica, el azucarero peruano es amigo y compatriota del hacendado chileno. Todos los grandes ladrones constituyen una masonería internacional, forman una casta esparcida en el globo, pero estrechamente unida y juramentada para luchar con su enemigo común: el proletario.
El intelectual revolucionario aspiraba claramente al modelo político más igualitario que podía concebir, el del comunismo libertario teorizado por Kropotkine, Malatesta y Elisée Reclus, cuyo lema era “a cada uno según sus necesidades”. También influenció al movimiento obrero el discurso anarquista de G. Prada en cuanto al Estado y a la Iglesia, analizados como cómplices activos de la explotación capitalista.
Apogeo y crisis del movimiento obrero anarquista
Los gremios inicialmente más influenciados por el anarquismo fueron sobre todo los panaderos y los tipógrafos, pero también los sastres, zapateros y picapedreros; más tarde fueron muy activos los trabajadores del sector textil, que lograron influir en los jornaleros de los valles agrícolas cercanos a la capital. En 1907, ya existía en Lima el Centro de Estudios Sociales “Humanidad”, muy concurrido por los tejedores de Vitarte. También debe citarse el Centro Socialista 1° de Mayo con su órgano El Oprimido, en el que participó a menudo el dentista C. Dam y que fusionó en 1908 con el grupo “Humanidad”, dando origen al Centro de Estudios Sociales 1° de Mayo. En Lima desplegó también su actividad el Centro Racionalista Francisco Ferrer que editaba el mensual Páginas Libres, nombre que retoma el título del primer libro de González Prada (Paris, 1894). El grupo Luchadores por la Verdad, que reunía a los más destacados militantes obreros y a algunos intelectuales, publicó a partir de febrero de 1911 el periódico La Protesta. Tuvo una activa participación en la formación ideológica y organización de los trabajadores: es de notar que constituyó un Comité de Preparación Sindical en julio de 1911. El anarquismo arraigó también en las provincias, particularmente en las localidades de Huacho, Sayán, Barranca, Trujillo, Chiclayo, Ica... Esa influencia entre los obreros del campo es también un aspecto que debería ser estudiado más profundamente, así como el discurso indigenista de la prensa proletaria. En Arequipa fue constituido en 1905 el Centro Social Obrero. Varios periódicos fueron editados en Chiclayo, donde fue fundada la Confederación de Obreros 1° de Mayo en 1907. En Trujillo apareció La Antorcha y se fundaron Centros de Estudios Sociales como “Luz” e “Hijos del Pueblo”. En Huacho fue creado el Centro de Estudios Femeninos “Luz y Libertad” (1918). Hubo también un Centro de Estudios en Pomalca con escuela y biblioteca.
A partir de 1911, la influencia anarquista en el movimiento obrero se volvió predominante. Afirma Pereda Torres: “La segunda década del presente siglo encontró a la dirigencia anarco-sindicalista en posesión de los principales gremios de la ciudad de Lima y del resto del país [...]”. La primera huelga general de solidaridad tuvo lugar en abril de 1911 en apoyo a los tejedores de Vitarte; su resultado fue la supresión del trabajo de noche. El gobierno aprobó también en enero de 1911 una ley de accidentes de trabajo frente a la presión obrera. Como consecuencia del conflicto, se fundaron la Unificación Obrera Textil de Vitarte en mayo de 1911 y la Unificación Proletaria Textil de Santa Catalina en noviembre del mismo año, “verdaderas organizaciones sindicales” y “núcleos de formación y acción del anarco-sindicalismo de la ciudad de Lima”, según Pereda Torres. Afirma el historiador que “estas organizaciones se constituyeron en modelos para los gremios de albañiles, sastres y ferrocarrileros quienes optaron definitivamente por la senda libertaria”. Las huelgas por las ocho horas y aumentos salariales se sucedieron e intensificaron en 1912 y 1913, años de crisis económica, dando lugar a la constitución de nuevos sindicatos. En el campo, que se iba organizando en reivindicativas Sociedades de Auxilios Mutuos por la influencia anarquista, también hubo conflictos violentos: en abril, las fuerzas represivas mataron a decenas de jornaleros de los valles agro-industriales de Chicama y Santa Catalina (Dpto. de La Libertad). Finalmente, la Unión General de Jornaleros del Callao conquistó las ocho horas en enero de 1913 gracias a un nuevo paro general. Se creó entonces una nueva federación, la de Obreros Marítimos del Callao. Frente a la multiplicación de las huelgas y cediendo a la presión patronal, el gobierno del populista Guillermo Billinghurst promulgó en enero de 1913 un Reglamento de Huelgas destinado a luchar contra los métodos anarquistas de acción directa, aunque pretendía garantizar el derecho de huelga. No obstante, los conflictos se extendieron a los obreros del petróleo de Talara, Negritos, Lobitos y Lagunitas, en el norte del país. A iniciativa de la recién creada Sociedad de Galleteros y Anexos, se constituyó en marzo de 1913 una primera Federación Obrera Regional Peruana (FORP), que no logró perdurar. A finales del año, los trabajadores pudieron constituir una imprenta proletaria que funcionó hasta los años 1930 y editó numerosos periódicos. La propaganda sindical se intensificó a partir de 1914, a causa de la degradación de las condiciones de vida y trabajo. Como las clases populares no beneficiaban de la bonanza exportadora debida a la Guerra Mundial y tenían que sufrir el alza exhorbitante de los artículos alimenticios, se organizaron nuevos sindicatos de oficios (zapateros, albañiles, sastres, ferrocarrileros...). También la represión se hizo más violenta, muriendo numerosos trabajadores en provincias en 1916 y años siguientes. Según algunos historiadores, la FORP fue disuelta y sustituida en diciembre de 1918 por la primera Federación Obrera Local de Lima (FOLL).
1919 fue el año de la culminación del anarco-sindicalismo en el Perú. Un nuevo paro general paralizó Lima y El Callao del 13 al 15 de enero de 1919 hasta conquistar la jornada de ocho horas. La Federación de Trabajadores en Tejidos del Perú, constituida en enero, fue también fruto del movimiento, así como la Federación Gráfica y la de Choferes. La huelga había sido iniciada por los tejedores y fue rápidamente apoyada por los demás sindicatos, así como los estudiantes de San Marcos. Víctor Raúl Haya de la Torre, el principal líder de los universitarios, fue adquiriendo después una gran influencia entre los trabajadores textiles gracias a la creación en 1921 de las Universidades Populares González Prada. Un frente único de sindicatos, gremios y organizaciones populares, llamado Comité Pro-Abaratamiento de las Subsistencias, fue constituido por la Federación de Trabajadores en Tejidos en abril de 1919 para luchar contra la elevación del costo de la vida. Ese Comité dirigido por los anarquistas Carlos Barba (zapatero), Nicolás Gutarra (ebanista) y Adalberto Fonkén (tejedor), organizó un paro general en mayo-junio que fue severamente reprimido por las autoridades, muriendo varios manifestantes (ley marcial). El 4 de julio, Augusto B. Leguía aprovechó la situación para hacerse con el poder en medio del entusiasmo popular. Ese mismo día, el Comité Pro-Abaratamiento ocupó el local de la CAUU para transformarlo en la sede de la segunda Federación Obrera Regional Peruana, constituida el 8 de julio de 1919 en base a los principios de 1913. En agosto fue constituida la Federación Obrera Marítima y Terrestre del Callao. A partir de los años 1920, los huelguistas se dividían entre aplicación de la acción directa o del arbitraje previsto por la nueva Constitución para resolver los conflictos laborales. En el Primer Congeso Local Obrero de Lima y El Callao, organizado en abril de 1921 por la FORP, fue planteada la cuestión de la acción política de los trabajadores. Parece ser que los anarquistas lograron declararla incompatible con el sindicalismo pero que no pudieron obtener del Congreso que se pronunciara en favor del comunismo libertario como objetivo de los trabajadores organizados. Las ideas socialistas, divulgadas desde 1918, empezaban ya a cundir en el proletariado: los sindicatos del textil fueron los que abogaron por la “política obrera”. Para reforzar la organización anarquista, fue inmediatamente constituida la Federación de Grupos Libertarios, que se hizo cargo de La Protesta. En 1922, la exitosa huelga de la Federación de Motoristas y Conductores (septiembre) dio lugar a la creación, en noviembre, de una segunda Federación Obrera Local de Lima (FOLL) en la que “se agudizó la polémica entre anarquistas y socialistas”. En mayo de 1923 salió el primer número de Claridad, el órgano de la FOLL y de la Juventud Libre del Perú, fundado por Haya de la Torre y dirigido por José Carlos Mariátegui a partir de 1924, después de la deportación de Haya (octubre de 1923). En octubre de 1923, los sindicatos y los estudiantes unidos lograron impedir la consagración del Perú al corazón de Jesús.
A partir de 1924, con la reelección de Leguía, la represión se hizo más feroz y la influencia socialista arraigó en la FOLL. Los textiles, seguidos por los choferes, electricistas, gráficos y otros más, abandonaron el anarco-sindicalismo. Habían contribuido a propagar el marxismo-leninismo las Universidades Populares, en las que los anarquistas vieron pronto escuelas para ambiciosos y medios de infiltrar ideas reformistas en el proletariado. Síntoma de la gravedad de la fractura ideológica, fue que la FOLL no invitara a los grupos libertarios a la conmemoración del 1° de Mayo de 1925 (Pareja 1978:63). Los anarquistas, particularmente los albañiles y carpinteros, intentaron en vano crear una nueva organización obrera libertaria. Finalmente, a principios de 1926 ya dejó de publicarse La Protesta y en septiembre salió el primer número de la famosa revistaAmauta. A mediados de 1926 empezaron los preparativos para el Segundo Congreso Local Obrero de Lima a iniciativa de los Trabajadores en Tejidos. Tuvo lugar bajo la dirección de Arturo Sabroso a partir de enero de 1927, pero sin la participación de los anarquistas. El Congreso se pronunció en favor del sindicalismo revolucionario sin orientación ideológica definida. En junio de 1927, la represión gubernamental desestructuró las organizaciones obreras encarcelando o desterrando a sus principales líderes. En octubre de 1928 fue finalmente constituido el Partido Socialista del Perú y, en mayo de 1929, la Confederación General de Trabajadores del Perú, cuyo primer Secretario General fue Julio Portocarrero, obrero textil de Vitarte, ex-anarco-sindicalista y miembro fundador del Partido Socialista.
Algunos comentarios historiográficos
Los historiadores han intentado explicar la pérdida de influencia del anarco-sindicalismo a partir de 1920. Según Denis Sulmont, que estudia poco el periodo anterior en sus libros, la ideología anarquista prosperó “cuando los trabajadores no disponían para sus reivindicaciones de otra alternativa”, permitiendo la organización y la toma de conciencia de clase. Pero representó luego: [...] más bien un freno al desarrollo de la clase trabajadora hacia niveles superiores de organización y conciencia. La estrategia de acción directa de los anarquistas demostró sus límites al chocar contra el aparato represivo del Estado y las maniobras políticas de la burguesía, sin ofrecer alternativas para el proletariado.
Esa explicación de 1977 es poco convincente. Sulmont incurre en el mismo prejuicio ideológico un par de años más tarde cuando escribe:
Si bien la conquista de la jornada de ocho horas representó una victoria para el anarco-sindicalismo, significó también su entrampamiento posterior. En efecto, la propaganda anarquista había señalado que la huelga general era el preludio de la revolución social y de la liberación de los trabajadores. Sin embargo, una vez obtenida una importante conquista inmediata, continuaba el poder de la burguesía y la explotación capitalista. La insuficiencia del planteamiento anarquista y del “sindicalismo revolucionario” (que pretende hacer la revolución directamente mediante los sindicatos) se manifestará más nítidamente luego del fracaso de la lucha por el abaratamiento de las subsistencias.
La misma argumentación había sido avanzada en 1972 por Ernesto Yepes del Castillo, quien añade el retroceso del anarquismo al nivel internacional: Bajo el impulso de las nuevas orientaciones ideológicas la clase obrera se fue desprendiendo de sus resabios anarquistas. Y es que la misma crisis que en los años de post-guerra ofreciera el anarco-sindicalismo a nivel mundial, no tardó en presentarse en el anarquismo local que, de otro lado, conseguida la jornada de 8 horas, halló vacío su arsenal reivindicativo.
También Hugo García Salvatecci, buen conocedor del anarquismo, se limitaba el mismo año a afirmaciones perentorias: Dando una visión de conjunto, podemos decir que el Anarquismo peruano tomó las ideas centrales del Anarquismo europeo. También heredó sus defectos: abuso de retórica y falta de cohesión. Sucumbió, sobre todo, por sus querellas internas. No logró amalgamarse. Combatió el caudillismo y el dogmatismo, pero terminó cayendo en ellos. Además, a diferencia de otros países, en el Perú nunca tuvo mucho arraigo popular.
Sin embargo, reconoce que “La tiranía de Leguía impidió luego el radio de su acción”. Otro comentario de Sulmont, en 1980, coincide con ese último y aporta elementos económicos interesantes:
A partir de 1926, se multiplicaron los despidos y cierres de fábricas y la burguesía se mostró más intransigente frente a los reclamos. En 1927, los conflictos adquirieron proporciones alarmantes. Al mismo tiempo, muchas luchas sindicales fracasaron y los obreros perdieron varias de sus conquistas anteriores. La represión contra los dirigentes del movimiento obrero acabó con el apoliticismo anarco-sindical.
La represión es una explicación también propuesta por Yepes del Castillo:
Más tarde, con el arribo de Leguía al poder, los aún recientes y no muy profundos logros organizativos serían definitivamente liquidados. Utilizando una astuta demagogia, el Presidente de la ‘Patria Nueva’ se recubrió inicialmente de un ropaje popular a fin de afianzar -ampliando- las bases de un sustento político que le permitiera enfrentarse con éxito a la hegemonía civilista. Pero más tarde, pasada la crisis política y consolidado en el poder, sistemática e implacablemente logró quebrar los soportes del movimiento laboral destruyendo sus cuadros dirigentes.
[...] Así, respecto a los líderes anarquistas, varios de los más destacados fueron deportados a Europa. En otros casos, Leguía logró cooptar a algunas de las figuras de este movimiento [...]. El resto, con distinta suerte terminó en general orientándose hacia alguna de las dos grandes corrientes que empezaron a diferenciar la escena política peruana: el nacionalismo de corte populista [aprismo] y el socialismo.
Sulmont señala también la “confusión y división” que produjo el discurso populista de Augusto Leguía a partir de julio de 1919 en los sectores populares, aunque apunta que “los obreros que apoyaron a Leguía fueron rápidamente desilusionados” ya que en 1920 “se desencadenó una brutal represión contra las organizaciones sindicales”, quedando la recién nacida FORP “casi paralizada”.
Por su parte, Piedad Pareja ha mostrado en 1978 que no se puede explicar la pérdida de hegemonía del anarco-sindicalismo por la categoría socioprofesional de los trabajadores (transformación de los medios de producción y consiguiente proletarización) ya que ésta no ha influido en la elección de las ideologías:
“[...] si observamos la distribución de las organizaciones por oficio y por industria, según su tendencia política, [...] podemos constatar que indistintamente, artesanos y obreros manufactureros se inclinan mayoritariamente primero por una y luego por otra alternativa política.”
Algunos marxistas adoptan efectivamente una explicación muy subjetiva según la cual “el anarquismo está más en concordancia con la mentalidad de los artesanos y obreros de la pequeña industria que con la mentalidad de los obreros de la gran industria capitalista” o, dicho más claramente, el anarco-sindicalismo es una “doctrina pequeño-burguesa”. Pareja señala también que, hasta los años 1920, las élites sindicales fueron muy representativas de su base social. Parece entonces que el cambio ideológico fue el resultado de la creciente influencia entre los obreros de Haya de la Torre y de Mariátegui, especialmente por medio de las Universidades Populares. En su prólogo al estudio de Pareja, César Lévano también ha manifestado que Mariátegui logró “decantar a algunos de los mejores cuadros hacia el marxismo”.
Bien se ve que no se ha explicado aún cómo, sólo en cuatro o cinco años, la mayoría del movimiento obrero cambió de orientación ideológica. Sólo sabemos que influyeron la represión gubernamental y la propaganda marxista a la que fueron sometidos los líderes sindicales. Por consiguiente, es probable que los trabajadores organizados no integrasen los fundamentos ideológicos del anarco-sindicalismo y siguiesen dócilmente una reducida élite. Sería interesante, entonces, estudiar el funcionamiento orgánico de los sindicatos y analizar las relaciones entre la Federación de Grupos Libertarios, constituida en 1921, y los dirigentes obreros de los sindicatos. Es necesario, pues, afinar las investigaciones y orientarlas hacia las modalidades de articulación de una serie de elementos explicativos, entre los cuales cabe citar: la competencia ideológica de la corriente marxista y sus medios de influencia; la importancia de la desorganización de los anarquistas causada por la represión gubernamental; el grado de conciencia ideológica de los delegados obreros de segundo plano, es decir de los que se encuentran en situación de sustituir a los líderes encarcelados o deportados, y también el de las masas; la importancia de la transformación de las condiciones económicas y políticas en los años 1920 (leguiísmo) que pueden haber acarreado un cambio de estrategia de los sectores medios y también parte de los populares, o sea una búsqueda de nuevas alianzas políticas. Eso implica que se realicen estudios comparativos de los archivos de los principales sindicatos para entender los cambios ideológicos dentro del movimiento obrero. Ha seguido esa perspectiva general un estudio reciente de Paulo Drinot a propósito de la Federación de Panaderos a inicios de los años 1930, en el que el autor ha comprobado que: [...] las crisis económicas y políticas de los inicios de la década del treinta, al reducir la capacidad de la Federación a actuar como una entidad mutualista y sindical, llevaron a los obreros panaderos a abandonar el apoliticismo tradicional para establecer alianzas con grupos políticos, alianzas que podrían calificarse de micro-populistas.”
También sería útil analizar el contenido de la “cultura obrera” transmitida por los órganos de prensa proletaria, realizar estudios comparativos con los casos argentino y español, etc. Casi todo el trabajo de análisis queda por hacer, ya que hasta ahora fue sólo esbozado y, desgraciadamente, distorsionado por apriorismos ideológicos. Sólo se ha hecho una historia cronológica del movimiento obrero y es probablemente parcial.
Referencias bibliográficas
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J. Delhom - Movimiento anarquista Perú -
J. Delhom - Movimiento anarquista Perú -
Antes de que termine el siglo, se establecen nuevas fábricas de tejidos de algodón y lana (Lima, Arequipa, Cuzco), de harina, fideos, chocolate, azúcar, bebidas, hielo, fósforos, velas, jabón, sombreros, cigarros, curtiembres, etc. En 1893 se termina de construir el Ferrocarril Central y en 1896 fusionan varias compañías eléctricas para constituir las Empresas Eléctricas Asociadas que permiten el desarrollo del transporte urbano y de la producción industrial (Pereda Torres, 1982:75-82 y Yepes del Castillo, 1972:207-219).
Piedad Pareja (1978:53) señala que algunos militantes extranjeros fueron expulsados en octubre de 1914 y julio-agosto de 1916 (Daniel Antuniano, Antonio Panades, José Pica y José Chamorro).
En 1896, cuatro dirigentes obreros de la empresa textil de Vitarte fueron encarcelados por seis años por un incendio que no cometieron (Pereda Torres, 1982:88).
Este poeta, ensayista y brillante polemista nació en una familia aristocrática de Lima en 1844. Después de un primer periodo de vinculación con el sector progresista del Partido Civil (1870-1885), rompió con la oligarquía dirigente a la cual culpó por la derrota de la Guerra del Pacífico (1879-1883) y fundó un partido político renovador, la Unión Nacional (1891), de tipo liberal federalista, cuyo proyecto democrático se apoyaba en las clases medias urbanas y aspiraba a mejorar las condiciones sociales de los sectores populares, obreros y campesinos. Por razones algo oscuras, González Prada se marchó a Francia a los pocos días de la creación de su partido. En París, donde permaneció seis años, y luego en Barcelona y Madrid, enriqueció su formación intelectual y su ideología se radicalizó. De nuevo en el Perú, se fue apartando de la Unión Nacional, cuyo electoralismo le disgustaba, hasta su separación oficial en 1902. A partir de 1912 desempeñó el cargo de director de la Biblioteca Nacional, al que renunció en 1914 para manifestar su oposición al golpe de Estado del coronel Óscar Benavides. Fue reintegrado en sus funciones por un nuevo gobierno constitucional en 1916. Falleció en Lima el 22 de julio de 1918.
Escriben, por ejemplo, Denis Sulmont que González Prada fue el “propulsor del pensamiento revolucionario a principios del siglo en el país, y uno de los primeros intelectuales en trabar relaciones con los obreros” (1980:19) y Hugo García Salvatecci que “La importancia del Anarquismo en el Perú se manifiesta en la enorme influencia que ejerció González Prada, durante tantos años, en nuestra juventud, y por su enorme repercusión en el origen del movimiento sindical” (1972:117). Véase también Pereda Torres (1982:113 sq.), Barba Caballero (1981:72), Pareja (1978:87).
Lo hace parcialmente Pereda Torres (1982:130-140).
Dichos artículos antirreligiosos fueron reunidos en la primera parte del libro Propaganda y Ataque (G. Prada 1939).
Sobre la influencia de G. Prada en Haya de la Torre y Mariátegui, véase nuestro artículo “Manuel González Prada : un enjeu symbolique dans le Pérou des années vingt” (Delhom 1996).
El 1° de mayo de 1906 era el término de la campaña de agitación por las ocho horas decidida en el XIV Congreso Nacional Corporativo (VIII de la Confederación General del Trabajo) y Conferencia de las Bolsas del Trabajo de 1904 en Bourges.
Sobre las relaciones entre anarquismo y sindicalismo, véase Maitron (1992:265-330).
Según E. Yepes del Castillo, “Los primeros brotes de anarco-sindicalismo quizá habían empezado a explicitarse hacia 1911, con la formación del grupo ‘La Protesta’ y le llamado ‘Comité de Propaganda Sindical’” (1972:271).
Véase igualmente el artículo “Primero de Mayo” de 1907 (G. Prada 1940:101-104).
Posteriormente fueron refundidos para constituir uno sólo.
Escribe a finales de los ochenta: “Aquí no conocemos la burguesía europea; hay, sí, una especie de clase media, inteligente, de buen sentido, trabajadora, católica pero indiferente a luchas religiosas, amante de su país, pero hastiada con la política de que sólo recibe perjuicios, desengaños y deshonra.” (G. Prada 1976:29).
Sulmont (1977:29) escribe que “la coordinación política entre el movimiento obrero y los movimientos campesinos fue iniciada por los grupos anarquistas”. Pereda Torres estudia un poco ese proceso en Huacho (1982:207-214).
Escribe J. Portocarrero: “Nombramos presidente a Emilio Ugarte; a Juan Híjar, vicepresidente; a Enrique Chuti, tesorero; a Antonio Guillinta, protesorero, y otros compañeros más completaron la directiva.” (1987:33-34).
Según J. Portocarrero, el intento de organizar la FORP no pudo concretarse (1987:67).
Pereda Torres (1982:199) menciona los siguientes: La Protesta, El Obrero panadero, El Libertario, Plumadas de Rebeldía, El Obrero Textil, La Rueda, El Tranviario, La Voz del Chofer, El Obrero Gráfico, El Pututo, La Reforma.
El índice general de precios con base 100 en 1913 alcanza 104 el año siguiente, 112 en 1915, 123 en 1916; se dispara en los años siguientes hasta 142 en 1917, 164 en 1918, 188 en 1919 y 210 en 1920. Disminuyó en 1921 (199) y 1922 (190) (Yepes del Castillo, 1972:268).
La FOLL “contó entre sus más importantes bases, con la Federación de Panaderos Estrella del Perú, la Federación Gráfica, la Confederación Ferrocarrilera, la Federación de Zapateros, la Unión de Obreros y Jornaleros del Callao, la Unión Obrera de Construcción Civil, la Federación de Sastres y distintas Federaciones mineras y obreras del Norte, Centro y Sur, etc.” (Barba Caballero, 1981:101-102). Hay que añadir las organizaciones del sector textil.
En los años siguientes, se volvieron ambos socialistas.
Desde 1918 existía un Comité de Propaganda Socialista integrado por Félix del Valle, César Falcón, J. C. Mariátegui, Luis Ulloa, Carlos del Barzo, Pedro Bustamante y otros más. “En diciembre de ese mismo año, Del Valle, Falcón y Marátegui se retiraron del Comité ante la decisión, considerada por ellos prematura, de Del Barzo y Ulloa de transformar el grupo de propaganda en Partido Socialista.” (Portocarrero, 1987:70-71).
Ignoramos lo que sucedió con la primera, sólo mencionada por Barba Caballero.
Claridad fue sustituido por Solidaridad en septiembre de 1925.
Sobre la represión, véase Portocarrero (1987:122-123; 133-135).
Fuente: http://dwardmac.pitzer.edu/Anarchist_Archives/worldwidemovements/peru/Movimiento.html